martes, 29 de enero de 2008

CUENTOS

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HISTORIA DEL GATO QUE FUE SALVADO POR LOS RATONES
Iván de J. Guzmán López


Tras propinarle varios escobazos a Tintín, su ama socorro exclamó enfurecida:

-- ¡ Gato haragán! ¡Mira cómo dejaron mis zapatos preferidos esos ratones del demonio!

Humildemente, Tintín escondió su bella cabeza entre las manos y entrecerró con temor sus grandes ojos verdes.

--¡ Sinvergüenza! -- Continuó socorro, cada vez más irritada-- .

¡Durmiendo como un niño chiquito mientras los ratones hacen y deshacen! ¡Desde hoy se acabaron la leche y la carne! ¡A comer ratones! ¿Acaso no es eso lo que hace todo gato? ¡ Todo gato, menos tú, parece! ¡A cazar ratones, pues, o te morirás de hambre!

Mientras le caía el último escobazo sobre el lomo, Tintín abrió los ojos de nuevo, y observó, detrás de una silla, la cabeza ovalada de un ratón y le pareció que lo miraba con unos ojillos demasiado iluminados y vivos, como si se burlara de él.

-- “Desde hoy yo seré Tintín el come-ratones”, pensó con resolución y se lanzó a la caza del objeto de sus desgracias.

El ratón viró sobre sus patas y, de un salto, se introdujo bajo el sofá. Tintín llegó tarde a la batalla, entorpecido por el sueño. Más tarde, divisó otros dos ratones que compartían sobras, chillando y saltando animadamente. Cuando advirtieron la presencia del enemigo, se pararon en las patas, levantaron las manos al aire y salieron disparados en direcciones contrarias. El pobre gato se quedó paralizado sin saber a cuál de los dos perseguir-

Pasaron los días. Y como, socorro no había vuelto a darle comida, Tintín soñaba con pan, leche, carne, y cada vez se sentía más débil y despreciado.

En la bruma del hambre y la humillación vio cuatro ratones de bello pelambre y esbelto cuerpo que jugueteaban tras el sofá. Encogió el cuerpo, enderezó las orejas y se pegó al piso, dispuesto a saltar. Los ratones sintieron el frío de la mirada felina sobre sus mínimos cuerpos y huyeron despavoridos.

Guarecidos en un agujero, volvieron la mirada nerviosa hacia Tintín y lo notaron desorientado y parpadeante.

Otra vez, mientras perseguía a seis ratones viejos y experimentados, Tintín sufrió la vergüenza más grande de su vida. Sabiéndolo lento y torpe, los ratones lo habían rodeado y uno de ellos mordisqueaba su cola, mientras los otros jugaban “A que te cazo, gatón...”. Cansado de dar manotazos y de lanzar dentelladas, al fin se dio por vencido, mientras dos gruesos lagrimones le mojaban las barbas.

Instantes después tomó la más importante decisión de su vida: si quería ser un gato de verdad, debería entrenarse. Y empezó en el acto. Tomaba buena distancia y se lanzaba contra el reloj que pendía de la pared. Corriendo se escurría por debajo del sofá y de las sillas. Culebreaba ágilmente al arrastrarse. Se erguía en las dos patas y se contorsionaba como si fuera un equilibrista de circo. Subía y bajaba escalas, árboles y tejados a velocidades de vértigo. Todo eso y mucho más hizo durante meses enteros. Hasta que un día su agilidad y reflejos fueron los de un verdadero gato de batalla.

La ocasión para practicar lo aprendido no tardó en presentarse. Una mañana, tres ratones salieron en busca del desayuno y Tintín se lanzó tras ellos. En fracción de segundos, el más pequeño sintió la fiereza de su zarpazo. Sin embargo, el gato no se lo comió sino que, inesperadamente, empezó a jugar con él. Complacido, el ratoncito perdió el miedo y se decidió a jugar también.

Los demás ratones observaban el juego sorprendidos y, al fin, viendo la confianza de gato y ratón, salieron, tímidamente al principio, resueltos después, a participar de tan imprevista amistad. Al rato, el gato se echó sobre el tapete y los ratones notaron un signo de hambre en sus ojos.

-- ¿Qué te pasa, gatito? --dijo con suave voz una ratoncita.

--Hace días que no como casi nada --contestó el gato --. Y mi ama Socorro juró no darme alimento, exigiéndome comer sólo ratones.

Los roedores se miraron entre sí con expresión de susto. Sin decir nada, el mayor se introdujo en un agujero y pronto salió con tres compañeros que arrastraban un gran pedazo de queso. El gato se abalanzó sobre la golosina y la devoró en un santiamén.

-- Gatico: te proponemos un trato --dijo entonces el ratón mayor, que, por lo visto, era el líder del grupo--. Nosotros te daremos de comer, ya que vamos por toda la ciudad y entramos fácilmente a todas las tiendas y supermercados. Nos sobra la comida. Y de la mejor. Mientras tu ama esté en la casa no nos dejaremos ver. Tampoco volveremos a hacer daño alguno. Tú, en pago de ello, jugarás siempre con nosotros cuando estés solo.

-- ¡Trato hecho! --respondió el gato, admirado y complacido.

Percibiendo la ausencia de ratones, la señora socorro comentó una tarde, tiempo después, a una vecina:

--Estoy feliz con Tintín. En mi casa ya no hay ni un solo ratón. Además lo noto alegre, despierto y hasta gordo. Parece que se come unos ratones espléndidos. ¿Sabes? Voy a premiarlo devolviéndole la leche, la carne y los mimos. ¡Harto palo le di ya al pobrecito!

--Me parece muy bien --Aplaudió la vecina.

Desde entonces, Tintín es un gato feliz.

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LOS OJOS DE LA BIBLIOTECARIA
Iván de J. Guzmán López

...................................................................... A las bibliotecarias de Colombia

Luz Ángela era una maestra muy culta y amaba la lectura, en especial la de los cuentos infantiles y juveniles. Al tercer día de clase dijo a sus niños:

--Mañana iremos a la biblioteca.

Y los niños se movieron indiferentes en sus pupitres, pues nadie les había leído historias agradables; el único que se mostró alegre fue Juan David, un niño menudo y travieso que se sabía de memoria a Perico zanquituerto, El Soldadito de plomo, Blanca Nieves, El Patito feo, y otros cuentos que, en las noches, escuchaba embelesado, mientras el sueño cerraba los ojos de su padre, al tiempo que los suyos, pequeños y vivaces, permanecían abiertos ante la revelación de los cuentos.

Esa mañana, los niños, como soldados en miniatura, desfilaban hacia la biblioteca. Ya en ella, saludaron en coro bullicioso y acompasado a la bibliotecaria.

--Buenos días señorita --dijo el grupo al unísono.
--Buenos días niños --contestó en tono suave la bibliotecaria.
--Van a conocer la biblioteca --continuó --, sus partes, sus servicios y, sobre todo, van a conocer lo más hermoso, el objeto de nuestros cuidados... los libros. Ellos son la esencia de nuestra vida y de nuestro saber.

Al hablar dibujaba palomas con sus manos y su rostro se encendía por la emoción, mientras sus ojos azules parecían más grandes y luminosos.

Atentos a la observación de la maestra, los niños estaban silenciosos y expectantes, mientras Juan David miraba el rostro de Ana María, que así se llamaba la bibliotecaria.

--Hemos llegado a la sala donde se reúne la aventura, la magia y la alegría, -- señaló la bibliotecaria--. Esta es la Sala Infantil. Aquí está Pinocho, Hansel y Gretel, El Patito feo y El Príncipe feliz. ¿Quién ha leído El Príncipe feliz?

--Yo --dijo Juan David--. Y sus ojos garzos se posaron en los azules de Ana María.

--Ah, ¿sí? --dijo la bibliotecaria, entre incrédula y halagada--. ¿Y de qué se trata?

--Se trata de, de...

Juan David no pudo decir más.

Y, mientras los niños reían, Juan David observó que, por los ojos de la joven pasaba, letra por letra, en un desfile relámpago pero comprensible para él, la bella historia del Príncipe feliz y su amiga la golondrina que nunca pudo llegar a Egipto ni bañarse en las aguas del río Nilo.

Esa noche, Juan David, emocionado, contó a sus padres lo que vio en los ojos de Ana María. Ahora que lo pensaba con más calma, le pareció que era una persona muy cálida.

Al otro día, el niño narró a la profesora lo que había visto. “Pobre niño”, pensó Luz Ángela, mientras continuaba calificando la tarea.


Tiempo después, aprovechando la compañía de su hermanita, Juan David volvió a la biblioteca.

--Hola “profesora” --dijo Juan David--, saludando a la bibliotecaria, mientras sus ojitos examinaban con curiosidad los de ella.

--Hola Juan David-- contestó.


--¿Qué quieres leer?,¿te gustaría Alí Babá y los cuarenta ladrones?

--Sí, sí.

--Bien, aquí tienes.

Y abrió, ante los ojos del niño, un gran ejemplar bellamente ilustrado. Y otra vez ocurrió el milagro. A medida que la mano suave de la bibliotecaria pasaba las páginas, Juan David observaba el desfile alegre de muchas palabras por los ojos de la joven, como la vez anterior, comprensibles para él, no obstante la velocidad con que pasaban.

--Qué historias tan lindas --dijo Juan David.

--Pero si aún no te las he leído --dijo Ana María --. Sólo he pasado las páginas.


--Sí, Juan David, sea serio --agregó le hermanita.

--No importa --dijo pícaramente Juan David.
--Muéstrame otro.

--¡ Qué lindo! --alcanzó a decir --, mientras la joven sonreía divertida, pues tan sólo había hojeado el cuento.

--¡ Otro!, ¡ Otro !

Y así se sucedieron muchos días y muchos cuentos, mientras el cariño entre los dos crecía día a día.

Todos los días recibía al niño con un abrazo sentido y un beso maternal.

Una tarde, Juan David entró a la biblioteca, y al notar la ausencia de su amiga, preguntó por ella al vigilante:

--Señor, ¿usted no ha visto a Ana María?

--¿Ana María? No, Ana María ya no trabaja aquí.

--¡Cómo! --exclamó el niño.

--Sí --contestó el vigilante--. Ella consiguió un trabajo muy bueno en una biblioteca de la capital y se fue ayer.

--¡Ah!

Fue todo lo que alcanzó a decir Juan David, mientras se sentaba desconsolado en la primera silla que encontró. Con desgano abrió el primer libro que tuvo al alcance de su mano y...

¡Oh sorpresa! :

Al pasar la primera página, vio los azules ojos de la bibliotecaria y... Navegando en ellos, en procesión alegre, una a una pasaban las letras del alfabeto formando palabras y luego oraciones y luego una bella historia que hacía asombrar y sonreír al niño.



Eran los ojos de la bibliotecaria que vivían en los libros para Juan David. Al niño le pareció tan bello y tan natural que todos los días iba a la biblioteca, ante el asombro de empleados y lectores, a disfrutar de historias y musitar cosas ininteligibles, como si hablara con alguien.

Era la bibliotecaria, que se había quedado a vivir en los libros y en el corazón del niño.